Templo de San Francisco, lugar de veneración del beato Sebastián de Aparicio
... aunque se hallase en una edad decrépita, y sujeto á la incomodidad de una hernia, que le sobrevino en ese tiempo, no obstante, confiado en la divina Providencia se iba por aquellas campañas descalzo, mal cubierto de sus pobres hábitos y sin llevar ninguna provisión, sustentándose del pan, y otros alimentos groseros que pedía de limosna cuando la necesidad le obligaba; sufriendo frecuentemente la hambre y la sed, los calores del verano, los rigurosos fríos del invierno, las lluvias, las nieves, los hielos y otras innumerables calamidades sin quejarse jamás de los trabajos que padecía; ántes deseoso de padecer más, tomaba sangrientas disciplinas, llevaba ceñido á su cuerpo un asperísimo cilicio, y frecuentemente tomando un canto, se daba tan fuertes golpes en el pecho, que se abrió en él una llaga muy peligrosa. No tuvo jamás celda propia; quería dormir siempre sobre la desnuda tierra, unas veces al descubierto y otras debajo de sus carretas...
Era ya tiempo de que nuestro beato feneciese el curso de su dilatada peregrinación, y fuése á gozar en el cielo de la bienaventuranza eterna, que le habían merecido sus heróicas virtudes; por lo que acercándose este paso, quiso Dios manifestárselo anticipadamente; y Sebastián, recibida esta noticia, fue á comunicarla á sus amigos y conocidos, despidiéndose de ellos, diciendo que moriría dentro de pocos días... plácidamente espiró el día 25 de febrero del año 1600, que era el noventa y ocho de su edad.
Luego que falleció , su sagrado cuerpo, que consumido de los trabajos y de la ancianidad estaba ántes feo y desfigurado, se puso colorado y hermoso, y exhaló al mismo tiempo un suavísimo olor, con el cual quiso manifestar Dios á los hombres la virginal pureza que había conservado toda su vida. Fueron muchos los milagros que obró el Señor por intercesión de su siervo ántes de dar sepultura á su cadáver...
Beatificó al siervo de Dios nuestro santísimo padre Pio VI en el año de 1789...
La leyenda de oro, vidas de todos los santos que venera la iglesia, cuarta edición, tomo primero, Barcelona, Sociedad Editorial La Maravilla, M DCCC LXV, pp. 391-393.