Carmen Serdán, la heroína sin mancilla.


Y en el momento culminante de la mañana del 18 de noviembre de 1910, Carmen alentó a los sitiados en su casa de la Portería de Santa Clara, llevó armas, municiones, empuñó y disparó su rifle, vio caído en la lucha a su hermano Máximo, fue herida, y todavía tuvo tiempo de salir al balcón para pedir ayuda exigente ante un enfrentamiento múltiple de las fuerzas poblanas federales y locales.

Aquiles Serdán. El antirreeleccionismo en la ciudad de Puebla (1909-1911). Pedro Á. Palou, Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 1a reimpresión 2010, p. 15.

Carmen Serdán.


Este monumento de estilo rústico con busto de bronce de la heroína de la jornada del 18 de noviembre de 1910, lo proyectó el ingeniero Rubén Guzmán Santos; fue costeado por el Departamento de Obras Públicas del Gobierno del Estado y subvencionado por el H. Ayuntamiento de Puebla que presidió el Señor Rafael Artasánchez Romero; su inauguración tuvo lugar el 18 de noviembre de 1957. Se encuentra en la antigua Plazuela del Boliche (calle 8 y 10 norte, entre las avenidas 10 y 12 oriente).

Los monumentos de la ciudad de Puebla, Emma García Palacios de Juárez, Serie Fundación, Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 3a. edición 2010, p. 139.

Con la muerte en las manos. Celebración Día de Muertos en Puebla, México.

La conmemoración de los difuntos 1/2.

El cardenal Pedro Damián, varón santísimo y doctísimo, escribe en la vida de san Odilon, abad cluniacense (que murió el año del Señor de 1048), que volviendo un religioso, de nación francés, de Jerusalen, llevado de la tempestad llegó á una isla ó peñasco, donde estaba un santo ermitaño, que le dijo que allí cerca había grandes llamas de fuego é incendios, donde las almas de los difuntos eran atormentadas, y que él oia muchas vece dar aullidos á los demonios y quejas; porque con las oraciones y limosnas de los fieles mitigaban las penas que aquellas almas padecian, y se libraban de sus manos; que particularmente se quejaban de Odilon, abad, y de sus monjes, por el cuidado y vigilancia con que las favorecian y remediaban; y conjuró á aquel religioso que, pues era francés y sabia el monasterio cluniacense (como él decia), y conocia al abad Odilon, le rogase y le encargase de su parte que perseverase en aquel santo ejercicio, y con sus fervorosas oraciones y continuas limosnas procurase dar refrigerio á las almas de nuestros hermanos, que en el purgatorio son atormentadas, para que asi creciese el gozo de los bienaventurados en el cielo y el llanto de los demonios en el infierno.

La leyenda de oro, vidas de todos los santos que venera la iglesia. 4a. edición, tomo III, Paris, mdccclxvi, p.339.