El Arcángel Miguel.


Lucifer, el más bello, perfecto y glorioso de todos los ángeles, considerando la hermosura, nobleza y dignidad de su propio ser, su superioridad sobre todas las criaturas; considerando en el misterio que se les proponía el altísimo privilegio reservado á la naturaleza humana, glorificada en el Verbo eterno, cobró envidia. Y, lleno de soberbia, olvidóse de Dios, á quien todo lo debía; y ciego, no sabiendo ya conocer los medios para obtener su felicidad, lanzó aquel grito: Protesto contra el consejo divino. Pretenden que baje, yo me ensalzaré; quieren humillar mi trono, yo lo levantaré sobre todos y seré semejante á Dios (Isaías, XIV, 14).

El grito de rebelión resonó en medio de los ángeles, y millones y millones, deslumbrados como Lucifer por su propia nobleza, confiando en el poder de este príncipe celestial, siguieron sus sugestiones, aprobaron su proyecto, cobraron envidia á la naturaleza humana y juzgaron que la unión hipostática, el oficio de mediador, convenía mejor á Lucifer que á la naturaleza humana, muy inferior á la angélica.

En este punto el arcángel San Miguel, lleno de celo por su Señor, hizo también resonar su voz por la bóvedas del cielo: ¿Quién hay semejante a Dios? ¿Quién podrá rehusar creer y adorar lo que Dios propone á la fe, á la adoración de sus criaturas? -Yo creo y adoro. Y la gran mayoría de las jerarquías celestiales repitió, con la frente inclinada: Nosotros también creemos y adoramos. Una gran batalla, dice San Juan, tuvo lugar entonces en el cielo: Miguel y sus ángeles combatían contra el dragón; el dragón combatía y con él sus ángeles (Apoc., XII, 7)...

Gran batalla... Grande por el número y el poder de los combatientes, grande por los efectos, grande por la verdad que la motivó, grande porque dividió el cielo en dos campos irreconciliables, arrastró al abismo la tercera parte de los ángeles de todas las jerarquías y de todos los órdenes, y aseguró para siempre la felicidad de los ángeles fieles á Dios...

Un momento; pasado el cual, Dios lanzó para siempre del paraíso y condenó al fuego eterno á los rebeldes con Lucifer á la cabeza, y dijo: No subirás, sino bajarás y serás arrastrado al infierno (Isaías, XIV, 15).

El Catecismo Mayor de SS el Papa Pío X explicado al pueblo según la norma del catecismo de Trento por D. Gilberto Dianda, Pbro. Tomo I, Madrid, 1911, pp. 136-137.