La Virgen de la Merced 2/3.

Llegado, pues, el día 10 de agosto del mismo año del Señor 1218... Concluido el sermon bajó de su  solio, vestido con sus reales vestidos y con la corona de oro en la cabeza, y llevando a un lado á su confesor san Raimundo de Peñafort, y al otro á San Pedro Nolasco, acompañándole los conselleres de Barcelona y muchos grandes, se fué al altar donde celebraba el obispo la misa, y estando en su presencia dijo estas palabras: Es nuestra voluntad cumplir el precepto divino y la voluntad de la purísima Reina de los ángeles, María santísima, segun nos ha revelado y manifestado, en instituir y fundar una sagrada y militar religion para que los religiosos de ella se empleen en redimir cautivos, aunque sea con dispendio de su propia vida y libertad; y el primer religioso y redentor será nuestro amigo y compañero Pedro de Nolasco, á quien la Reina de los ángeles eligió como piedra fundamental de esta grande obra de caridad. A vos, pues, reverendo padre, pido que pongais en ejecucion este divino precepto y voluntad de María santísima. Oida la peticion del inclito rey el obispo y el mismo rey, viendo juntamente ya á sus piés arrodillado á san Pedro Nolasco, y llenos de puro gozo sus ojos de lágrimas, asistiéndoles san Raimundo, le vistieron los tres el cándido hábito, que ya prevenido le tenia en el modo y forma que aquellos tres inclitos y dichosos varones habian visto á la Reina de los ángeles resplandeciente. Vestido el hábito le puso el rey con sus propias manos en el escapulario el escudo de sus armas reales, y en medio del escudo fue puesta una cruz blanca, timbre de la ilustre iglesia catedral de Barcelona, en reconocimiento del favor que en ella se recibia, teniendo en ella principio esta sagrada y militar religion; decretando el rey con su privilegio real que así san Pedro Nolasco como todos sus hijos sucesores llevasen el dicho escudo de armas en el pecho, y encomendando su majestad á dichos señores conselleres de Barcelona la dicha su real y militar religion para que perpétuamente la defendiesen, constituyéndoles protectores de ella.

La Leyenda de Oro. Vidas de todos los santos que venera la iglesia. Cuarta edición, tomo tercero, Barcelona, Sociedad Editorial La Maravilla, Paris, MDCCC LXVI, p. 114.